Charlie Rodríguez – Director Latinobus

En una anterior edición, hablábamos sobre los problemas que están teniendo las empresas de transporte de pasajeros para vincular nuevos conductores a su nómina de trabajadores. Las dificultades para mantener salarios competitivos, la aparición de nuevas actividades digitales más atractivas para los jóvenes y la falta de prestigio de la profesión, son algunos de los factores que minimizan el mercado laboral del sector. Aunque, a decir verdad, la dificultad para reclutar colaboradores competentes y comprometidos no es exclusiva del negocio de transporte, sino que está implícita en casi todas las tareas comerciales, fabriles y de servicios a nivel mundial.
Asociado a esta problemática, otro fenómeno ha comenzado a presentarse en el medio, y son las cada vez más frecuentes quejas, por parte de usuarios, sobre la calidad de servicio al cliente percibida en sus viajes. Haciendo un símil con el transporte aéreo, donde los pilotos se remiten a operar la nave, concentrados y encerrados en su cabina hermética (y dejan la relación con el pasajero a lo tripulantes), en los buses, el encargado de conducir el móvil, a su vez, es la imagen de la empresa ante el usuario. Pero más complejo aún, es cuando se delega en el conductor no sólo la misión de dirigir el autobús y atender a sus ocupantes, sino que, además, se le endilgan funciones administrativas, de aseo y mantenimiento, de mecánica básica, vigilancia, control, inspección y hasta manejo de carga y encomiendas.
Por ello, el encargado de conducir el vehículo requiere de una serie de habilidades que deben ir más allá de saber engranar cambios, y trascender a lo humano y lo técnico, siendo las empresas, eso sí, responsables por el mantenimiento adecuado de las unidades, teniendo personal, programas, planeación e instalaciones adecuadas para tal fin; el ¨chofer¨ no es un mecánico, y debe concentrarse en manejar y cuidar de sus pasajeros.
El problema es claro: hay pocos conductores disponibles, y parte de los que están dispuestos a ocupar las plazas vacantes, no tienen las capacidades necesarias para entregar un servicio de calidad a los usuarios; viven en un eterno carrusel de rotación, de empresa en empresa, que a la final solo genera desgaste administrativo, riesgo en la operación de los vehículos y sobre todo, el detrimento de la buena imagen de las compañías.
Puede sonar algo rudo, pero se necesita una nueva generación de operadores. Una que no sea medida por los años al frente de un volante, sino por sus habilidades sociales, comunicacionales, técnicas y psicológicas para lidiar con las adversidades de la vía y sobre todo, para tratar con el público siendo facilitadores de la vida a bordo del autobús. Cabe aclarar que no estamos liderando la apología al desprecio a la experiencia, descartando a los muchos buenos conductores veteranos que hacen parte de la nómina de los transportadores: se trata de crear semilleros, espacios de formación integral y de enriquecimiento académico, que permitan hacer del oficio de conducir una verdadera profesión, dónde jóvenes y mayores tengan cabida.
Son muchos los novatos que tienen actitud de servicio y no pueden tomar el volante por falta de experiencia, así como miles, los que llevan 15, 20 ó 30 años conduciendo, pero de forma incorrecta. Es allí donde gremios, instituciones académicas estatales como el SENA, Administradoras de Riesgos Laborales y la empresas, deben confluir para la construcción de una academia nacional de conductores, que permita suplir las necesidades del sector y ante todo, repeler la amenaza aérea y extranjera que se cierne sobre la industria del autobús, en todas las esferas, desde la intermunicipal, pasando por la especial, hasta llegar al transporte urbano.